El susurro del viento es la voz de las hojas. Ellas vuelcan en él su alma y esencia. En su vuelo suave, rápido, e intrépido van en despedida hacia el suelo. Desprendiéndose del tronco, su dueño. En su marcada hora del final de su camino juegan con los colores que les regaló el destino.
Antes, mucho antes de ser frágiles y sucumbir al viento, mostraron su fulgor, su verde arraigo orgullosas.
El verano, su abundante apogeo las muestra con verdor absoluto y titilan en las noches cálidas en las copas de los álamos cuando el viento presta su voz para hacerse escuchar.
En cambio, el otoño las seduce con gamas de colores, ellas extasiadas con amarillos, ocres, dorados comienzan a soltarse de sus ramas madres y ante el viento se sueltan, siguen su camino para convertirse en alfombra multicolor a los pies de los árboles, al borde de los cerros, en los techos lejanos.
El viento las sacude fuerte, con su voz ronca, la voz del zonda... y las aparta lejos, las empolva.
De a poco vuelve la calma y el silencio, ya las hojas no hablan. Su muerte fue anunciada.
Desvistieron los álamos y éstos dejan lucir su esqueleto gris de ramas asustadas.
El invierno y su paisaje monótono se envuelve de nostalgia. Quedó allí amarrada alguna hoja que sobrevivió a la furia del viento.
Con el alba ya de la primavera vuelven con su voz suave, tierna como los retoños que asoman; vuelven los trinos a compartir las ramas y las hojas nuevas. Ellas hablan con el susurro del viento, a contarnos que ya pasó la tristeza del invierno. Ahora aspiran la esperanza de un nuevo comienzo, es el brote más pequeño, el bien asido primero el que anuncia la primavera cada mañana con el susurro suave del viento allá, allá arriba del cerro.
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