Cuando se abre la tierra, para dar su voz, con la mezcla de arcilla, ceniza y fuego; me recuerda que esa lava ardiente está dispuesta a arrasar en su camino todo lo que se le enfrente. Me recuerda a la sangre de tantos que se derramó en la historia de nuestra historia. La sangre se vuelca a la tierra de miles de maneras. La sangre de las manos que hicieron con su trabajo un lugar para vivir. Sembrando con semillas y esperanzas de libertad al mismo tiempo. La sangre de los que pelearon bajo órdenes justicieras y deseos de igualdad. Con su sangre marcaron el camino libre de los que continuaban. Cuando se abre la tierra, la tierra quiere hablar. Cuando la sangre del hombre se derrama, se entrega sin medida, con el deber cumplido. Y la tierra se mueve, se revuelca, transmuta y sepulta bajo su mando lo que antes era tierra solamente y lo que el hombre fue construyendo con sus manos y trabajo. ¿ Por qué quiere la tierra alimentarse del esfuerzo del hombre? Porque el hombre no es el dueño de la tierra. La tierra es la madre de él. Es su dueña. Hasta de su libertad. Todos los ritos del hombre son arrojados a la madre tierra. Todos los pedidos son invocados a esa madre. Todas las ofrendas se le hacen en su nombre. Pero la tierra no nos ofrenda nada. Nos pide. Nos pide. No fueron en vano los años de la humanidad hasta el día de hoy. El hombre sigue los pasos iniciales buscando en su veneración el significado de su existencia. La tierra manda. El hombre obedece. El hombre busca ganarle a la tierra. Pero la tierra ya ganó la batalla y él sigue insistiendo. Busca, busca respuestas. Sigue buscando respuestas. Hasta perdió las preguntas. El hombre de hoy sabe que sobre él estuvo la piedra, estuvo el esfuerzo, la sangre, la sed de libertad. El hombre de hoy sabe que si la tierra abre sus entrañas para mostrarse, para alzar su voz es porque quiere imponerse. El hombre de hoy sabe que las respuestas que busca las tiene en su sangre.
Mónica Yolanda Gordillo
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